jueves, 23 de abril de 2009

Perder para ganar


<<- Lo que pasa - dijo- es que te quieres casar con la reina.
Aureliano Segundo, avergonzado, fingió un colapso de cólera, se declaro incomprendido y ultrajado, y no volvió a visitarla. Petra Cotes, sin perder un solo instante su magnífico dominio de fiera en reposo, oyó la múscia y los cohetes de la boda, el alocado bullicio de la parranda pública, como si todo eso fuera más que una nueva travesura de Aureliano Segundo. A quienes se compadecieron de su suerte, los tranquilizó con una sonrisa,- No se preocupen-, les dijo - A mí las reinas me hacen los recados-. A una vecina que le llevó velas compuestas para que alumbrara con ellas el retrato del amante perdido, le dijo con seguridad enigmática:
- La única vela que lo hará venir está siempre encendida.
Tal como ella lo había previsto, Aureliano Segundo volvió a su casa tan pronto como pasó la luna de miel. Llevó a sus amigotes de siempre, un fotógrafo ambulante y el traje y la capa de armiño sucia de sangre que Fernanda había usado para en el carnaval. Al calor de la parranda que se prendió esa tarde, hizo vestir de reina a Petra Cotes, la coronó soberana absoluta y vitalicia de Madagascar, y repartíó copias del retrato entre todos sus amigos. Ella no solo se prestó al juego si no que compadeció íntimamente de él, pensado que debía estar muy asustado cuando concibió aquel estravagante recurso de conciliación. A las siete de la noche, todavía vestida de reina, lo recibió en la cama. Tenía apenas dos meses de casado, pero ella se dio cuenta enseguida de que las cosas no andaban bien en el lecho nupcial, y experimentó el delicioso placer de la venganza consumada. Dos días después, sin embargo, cuando él no se atrevió a volver, sino que mandó un intermediario para que arreglara los términos de la separación, ella comprendió que iba a necesitar más paciendia de la prevista, porque él parecía dispuesto a sacrificarse por la apariencias. Tampoco entonces se alteró. Volvió a facilitar las cosas con una sumisión que confirmó la creencia generalizada de que era una pobre mujer, y el único recuerdo que conservó de Aureliano Segundo fue un par de botines de charol que , según el mismo había dicho, eran los que quería llevar puestos en el ataúd. Los guardó envueltos en trapos en el fondo del baúl, y se preparó para apacentar una espera sin desesperación.
- Tarde o temprano tiene que venir- se dijo-, aunque solo sea a ponerse estos botines.
No tuvo que esperar tanto como suponía. En realidad, Aureliano Segundo comprendió desde la noche de Bodas que volvería a casa de Petra Cotes mucho antes de que tuviera necesidad de ponerse los botines de charol: Fernanda era una mujer perdida para el mundo.>>
Hay cosas que se saben,
como cuando una sabe cómo de grande o pequeña está creciendo,
cómo es el final sin saber la historia.
Hay fuerzas que se agarran a otras fuerzas,
como las ganas infinitas de que suceda algo.
Quizás no me equivoque y los ojos verdes sean listos,
quizás sean torpes y no quieras ni puedas aguantarlos.
Y si sucede...encerraré las palabras secretas...y las echaré al mar.
P.d.: El texto es del libro "Cien Años de Soledad" de Gabriel García Márquez.
La foto es mía.

2 comentarios:

Agua dijo...

Me ha gustado mucho la historia... quizas valga la pena hacerse con ese :-)

Hay veces que si algo esta escrito o es mas fuerte que nosotros se acaban rompiendo todos los impedimentos que puedan aparecer en el camino..

Besos!

juani dijo...

cuanto fuego puede hacerse en esa fogata de noche...

besos reina